La tarde de aquel día, gris, medio mojado y aburrido, entró en trance de muerte y no se dio ni cuenta que se estaba muriendo. Hizo ese gorgorito extraño que hacen los que agonizan. Como por alargar un poco la vida que se le iba, estiró encima de los montes lejanos, un rayo de su luz que agonizaba, tan gris y tan medio mojado como el resto del día, y se rindió por fin y en su fracaso le dio paso a la noche, que llegaba con prisa. Yo desde la ventana me puse a llorar como una tonta y sin saber por qué, te me viniste a la memoria, con tu paso desangelado, gris y agonizante por la vida, por tu vida que la arrastrabas como el que arrastra una condena, y entraste en la mía, con tu paso cansino a dejar un equipaje que no pesaba nada, pues nada contenía. Después me sequé las lágrimas y agradecí a la noche y su bendita oscuridad librarme del dolor de aquella tarde muerta y su fealdad, y con su ayuda arrugué tu recuerdo, lo...