EL SUDARIO

 



 

Cubrieron con piedad su yerta carne de alabastro,

con un sudario, que parecía el traje de una desposada.

Y sus manos translúcidas, exangües, como palomas abatidas

en el momento mismo de levantar el vuelo,

cruzadas sobre el pecho en actitud orante,

querían recordar lo que hasta ayer significaron:

la caricia, el suave roce sobre otra piel amada.

 

 

El fuego, la pasión correspondida,

el fluir del torrente incontenible

de la vida girando entre los sentimientos

de los deseos logrados;

el compartir el brillo de una estrella,

el lamento infinito, el ulular del viento,

el frío, la escarcha, la nieve inmaculada

antes que el hombre la mancille.

 

 

Y de pronto, el atronar siniestro del galope de los cuatro jinetes,

que dejan a su paso, como mudos testigos de su desolación,

desgajadas las ramas de los árboles,

rotas las alas de los pájaros, secas las fuentes;

polvorientos despojos de los más bellos sueños,

un reguero de muerte, un suspiro impotente,

el silencio, la nada.

 

 

  CONCHA BELMONTE

    diciembre de 1.995

 

 

 

 

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