CONSOLAR AL TRISTE
Hoy tengo una cita con un desconocido,
casi una cita a ciegas, sólo un vez nos vimos.
El ascensor me lleva a la última planta
de un hotel de lujo. Derecho a la terraza
con bar y con piscina con las mejores vistas
a la hermosa bahía de mi vieja ciudad.
Allí me espera un hombre venido de otra tierra.
Que trae el alma rota y la vida deshecha
creyendo y esperando que mi mano las pueda remendar.
Dios, qué difícil me pones zurcir almas ajenas.
He mirado sus ojos y estrechado su mano,
una mano temblona y unos ojos sin llanto,
su dolor, quizás viene de no saber llorar.
El llanto alivia muchos dolores que regados con lágrimas,
van perdiendo dureza y dejan de arañar.
Y mi alma encogida de ver tanta tristeza
se inclina bajo el peso de ese dolor ajeno
que estoy haciendo mío y sin mediar palabra,
sus ojos en mis ojos, su angustia entre mis brazos,
mi llanto llama al suyo y ambos lloramos juntos.
Cuando su llanto cede, su cabeza en mi hombro,
con un suspiro leve, va poniendo en susurros
lo que lo trajo a mí. Y dice de este modo:
entiéndeme por Dios, de esta pena que sufro
tú me puedes salvar, por eso acudo a ti.
Tú me conoces poco, yo conozco tu fuerza,
y creo que la Suerte te puso en mi camino.
Yo solo me cerré a la vida, y hoy,
obediente al Destino he venido hasta aquí,
para que sea tu mano la que me abra la puerta.
CONCHA BELMONTE
agosto de 2.019
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