LA NIÑA ENAMORADA

 

        

 

 

Fuiste en la fugacidad de tu temprana primavera

una flor en capullo que, al abrir su corola,

brindaba confiada sus perfumes al aire,

niña blanca y serena.

Tu corazón, abierto sin reservas,

se dejó arrebatar; y tu mano implorante,

tendida hacia el amor, sólo asió la tristeza.

 

Y te has quedado, niña,

como un pobre volcán que no sabe rugir,

sólo muy pocas veces, un pequeño temblor

que viene a recordar que hubo fuego en tu entraña,

que antes de este dolor

hubo ríos de lava bajando por tu cuerpo

y con su luz se embelleció la noche.

 

Los ríos de tu sangre incandescente

han servido para purificar

la boca que habría de besar tu calavera.

 

 

 

 CONCHA BELMONTE

    diciembre de 2.009

 

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