SABIENDO
Sé
que me estoy muriendo,
y
sólo yo sé el nombre de mi enfermedad,
sólo
yo puedo buscar la medicina
y
la busco sin esperanza de que la pueda hallar.
Sabiendo
que no la manda el médico,
sabiendo
que no existe farmacia que la venda,
sabiendo
que su sabor, será de miel si la logro encontrar,
sabiendo
que sólo en tu mano está la receta
que
me puede librar de esta muerte traicionera,
y
sé también que no va a darte pena.
¿Qué
sabes tú de las muertes ajenas?
y
aunque lo sepas ¿Qué te importa a ti que yo me muera?
Y
sin embargo, puede llegar ese día que sepas
de
este dolor, del peligro de muerte, de tu receta.
Y
se haga el milagro de que te importe y
quieras
ponerle
el más dulce remedio a mi enfermedad
y
hasta el cielo haga fiesta de la casualidad
de
dos almas perdidas que al fin se encuentran.
CONCHA BELMONTE
octubre de 2.018
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