LA SOLEDAD DEL OTRO


 

 

Cada mañana, cabizbajo y lento

pasa un hombre a mi lado.

Con la mirada ausente, con los pasos cansados,

con los ojos perdidos tal vez en un recuerdo.

 

Casi cada mañana tengo que contener el gesto

de tenderle la mano, o sonreírle, o preguntarle algo

que interrumpa  la causa de su triste silencio.

Pero me paro y  callo, y él sigue su camino a paso lento.

 

Mañana me decido y algo le digo, le ofrezco

una sonrisa, mi mano, y me paro a escucharlo

si es que me quiere hablar, pero si calla, le hablaré yo

sólo porque le llegue un mensaje de aliento.

 

 

   CONCHA BELMONTE

        mayo de 2.018

  

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